domingo, septiembre 11, 2005

Rivera

Mi mamá se llama Dora y viene de una familia que emigró de Polonia a la Argentina en 1925. Mi abuelo se llamaba Abraham y tenía un almacén en un shteitl de las afueras de Lublin. Un mañana fue a la ciudad, muy temprano, para comprar mercadería y sin quererlo terminó siendo testigo de algo que le apuró una decisión que, a solas, venía masticando. Unos hombres ataron la barba de un rabino a una soga y lo arrastraron por la calle desde un caballo, hasta matarlo. En ese mismo lugar, el abuelo tiró su lista de provisiones y volvió al shteitl a toda velocidad. En su casa, excitado, le pidió a la abuela Toba que empezara a empacar, le dijo que se iban a la Argentina. La abuela lo contradijo. Ella no quería ir a un lugar del que no había oído hablar. El abuelo le contó que el Barón Maurice Hirsh había comprado tierras en las Pampas de Sudamérica para repartir entre los judíos perseguidos de Europa y ahí calzó justo como evidencia la suerte que había corrido el rabino esa mañana. - Una señal, una señal - argumentó el abuelo, los dos eran supersticiosos. La abuela no desconocía el antisemitismo pero era a ella a quien le iba a tocar cruzar el océano cargada con todas sus hijas: la tía Juana, Dora (mi mamá), la tía Clara y además estaba embarazada de mi tía Esther.

La tierra prometida quedaba cerca de un pueblito que ahora se llama Rivera, pero en aquel entonces se lo conocía como Barón Hirsh. Quedaba al sur de la provincia de Buenos Aires, proximo al limite con la provincia de La Pampa. Un ignoto rincon en las pampas argentinas. Al llegar a ese apartado lugar se encontraron con algo bueno y algo malo. Lo bueno fue que inmediatamente les entregaron el campo y lo malo que era puro piedra y yuyo. La realidad les impuso muchos cambios. Durante el día, el abuelo - ex almacenero y la abuela aún embarazada - levantaban cascotes y por la noche quemaban las plantas. Se conformaron con la comida del lugar, aunque no fuera kusher. Esa había quedado junto con los seres queridos en el viejo continente. En el nuevo país nacieron cuatro hijos más.
Los siete hermanos crecieron en el campo, pero ninguno dejó de ir al colegio. Todas las mañanas, durante media hora un grupo de chicos recorría una legua en sulky para llegar a un rancho que hacía de escuela. Un dia le tocaba al abuelo y los siguientes a los vecinos.

Las veces que mi mamá se levantó tarde, tuvo que caminar las cincuenta cuadras que medía esa legua hasta la escuela. Ella se rió al enterarse del pool que llevaba a mi hijo más chico a la ORT - Inventos Modernos - ironizó. El método educativo consistía en pegar con una regla al alumno que se equivocaba. - Horacio era muy bueno - sostiene con firmeza mi mamá - Horacio era muy exigente - confirma con otro argumento - El hecho de que recuerde su nombre después de setenta años me mantiene al margen de discutir sobre pedagogía. Mi mamá tenía clases todo el día. La enseñanza pública se dictaba por la mañana y la del idish por la tarde. Al mediodía almorzaba lo que traía de su casa. Todo en la misma escuela

En la misma escuela los alumnos ensayaban obras de teatro. Hoy mi mamá cuenta esto recitando las primeras palabras de un poema que hace setenta años la subió a un escenario - ij vil farzeiln: er ist a voile ingl - quiero contarles que él es un buen chico. El día del estreno venían muchachos de otras colonias. Shapse era un ferviente militante del partido comunista que por presenciar una de esas obras conoció a mía tía Juana, la a mayor de los siete hermanos. Cuando un chico gustaba de una chica le mandaba a través de una tercera persona una tarjeta con la confesión. Si esa inclinación era correspondida, ella no tenía que hacer más que aceptar una pieza en el baile. El método funcionó para Shapse y mi tía Juana. El casamiento se hizo en el terreno que había entre la casa del abuelo y el tambo. El baño había quedado justo en el medio, ideal para las visitas que lo quisieran usar, así no veían el caos en que había quedado la casa con todo el asunto de los preparativos. Esa fue la primera vez que las hermanas apreciaran el baño afuera. Durante las noches de invierno, ante una inoportuna urgencia había que vestirse y llevar una lámpara de kerosén. Los vecinos, con tablones y caballetes, armaron mesas largas. Esos mismos vecinos hicieron de mozos durante toda la fiesta sirviendo la comida abastecida por el abuelo. Los vecinos eran una parte muy importante en la vida diaria, no solo ayudaban para los casamientos sino que venían de visita muy seguidos a jugar a las cartas por fósforos. Esa era la apuesta a falta de plata. Era considerado una gran ofensa recibir a alguien y no darle de comer. Las visitas se hacían sin avisar. Shapse apareció en un carruaje adornado con flores. Otros carromatos lo seguían como en procesión. Venían de la otra colonia. Cuando terminaron las celebraciones, los tíos Shapse y Juana se fueron a vivir a Villa Lynch, un suburbio de Buenos Aires, donde el tío se convertiría en un militante comunista. Aunque eso no le gustara al abuelo, era peor que su hija se quedase soltera.

Los que se quedaron en el campo tenían que trabajar duro, mi mamá también. Le tocaba ordeñar las vacas al amanecer, antes que se la llevaran en tachos para Bahía Blanca. No había maquinarias que ayudaran. Los caballos se usaban para arar. Las tierras estaban arrendadas por el Barón Hirsh.- De cada cien bolsas cosechadas el abuelo debía entregarle sesenta bolsas. De las cuarenta restantes, que eran para vivir hasta la otra cosecha, sacaba algunas para darles a los comunistas y a los sionistas. Una vez llegó al campo un inspector del Barón Hirsh para controlar el total de lo cosechado. En el momento en que el hombre estaba por pinchar una parva frente al corral, el ovejero alemán se le tiró a la pierna con furia. No solo le rompió el pantalón sino que le hizo sangrar mucho. El inspector terminó en el hospital. Por suerte no volvió más. En 1946 el gobierno decretó que aquellos que arrendaron tierras por más de veinte años pasaban a ser dueños de ella. Aunque esa medida fue hecha a medida para el abuelo, él nunca se hizo peronista. Tampoco fue comunista ni sionista. Antes de emigrar de su shteitl habia sido un observante de los preceptos mas importantes de la religion, algunos conservo en su nueva tierra, y exigio el mismo cumplimiento de sus hijos. Pero, nunca les explico por que. Ellos heredaron el mandato de preservar una tradicion, pero sin darles los conocimientos. Yo herede la ignorancia.

1 comentario:

ivan_posilovic dijo...

Gracias por esta historia.

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