sábado, noviembre 17, 2007

Tres conversaciones sobre un mismo asunto

Taxista

¿La muerte? No se por qué me hace esa pregunta, el tiempo que llevo en la calle me enseñó que todos estamos muertos. ¿Por qué? Porque es de lo único de lo que nadie se puede escapar. Imagínese, la muerte engancha por igual a un cogotudo que a un tachero rasposo como yo. Ya lo dice el tango: “Que allá en el horno nos vamo a encontrar”. Claro que los que están forrados pagan lo que sea con tal de patear el horno para más adelante. Un viejo, por más arruinado que esté, no quiere ir al otro mundo. ¿Por qué? En una de esas porque todavía nadie volvió. Seguro que usted cree que hay otra vida. Así vestido se parece una lechuza, no el pájaro sino a uno de esos que andan por los hospitales esperando que alguien muera. Ahí se acerca a la familia para darle el pésame y, , ya que estamo, ser el primero en recomendar una cochería. No se me ofenda, señor. Mi propio viejo hizo de lechuza para parar la olla en casa. En el barrio los pibes me gritaban: ¡Yetatore!. ¿El viejo debería haberse hecho chorro como el de la casa de al lado? A él nunca se le dio por afanar, a mí tampoco. Una noche que lo acompañé a la cochería, vi el primer cadáver de mi vida. Por más que uno se termine acostumbrando, el color del primer muerto nunca se olvida. Ese se había puesto amarillo verdoso. ¡Qué lo tiró empezó otra vez la garúa! Por suerte hay algo seguro después de la muerte. Parece que lo dejé más mudo de lo que estaba. No hablo de los que se van a acordar de nosotros sino de algo más cercano. Asómese y mire la guantera. ¿Ve esa foto? Es la de mi pibe, es de cuando era chiquito. Pensar que mi mujer no quedaba embarazada. ¿Qué mala leche, no? Años meta médicos, tratamientos y más médicos. Todo al puro botón. Nos pudrimos y largamos todo. Recién ahí quedó. ¿Qué locura, no? Los médicos no entendían nada, nosotros tampoco. Yo no necesito explicaciones de algo que sale bien. Muchos se enroscan más en el sinsentido de la muerte que en el sentido de la vida. Para mí, mi hijo es todo. Por su futuro este taxi anda yirando a estas horas de la noche bajo una lluvia que no deja ver nada. Todo para que él no sea lechuza ni tachero. Con plata se compra hasta un buen futuro. Le juro por ésta que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que él no tenga que bancar ni un cachito de lo que me tocó a mí. ¿Qué dice? ¿De qué manera me gustaría morir? ¡Qué se yo! No me imagino a ninguna como la mejor, pero la peor sería enroscado entre los fierros del taxi. Ahora, si no hay forma de zafar pido un tortazo de frente, tan fuerte como para no darme cuenta. Qué la culpa de la piña sea del otro, alguien con un flor de seguro para terceros. ¿Qué dijo? No le escuché bien. ¿Quién es usted? ¿De donde salió ese camión de la Coca Cola? ¡Viene a contramano! ¿Qué pasa con mis frenos? ¡La puta madre…!


El canillita

¿Clarín? ¿Nación? ¿Los dos? Usted no es del barrio. Mire que aquí conozco a todos. Hace más de cincuenta años que estoy en esta esquina. Cuando a Evita le pedían bicicletas yo le escribí contándole sobre mi sueño de un kiosco propio. ¿No hace falta que le diga que soy peronista a muerte, no? En aquel entonces me pusieron Pocho, me dicen así hasta los gorilas y mire que de esos sobran en este barrio. Nunca me quité el apodo, ni siquiera cuando lo de la Libertadora. Los gorilas dan asco. La noche que murió la Eva pintaron en la muralla de la casa presidencial un cobarde “Viva la Muerte”. ¿Señor, de qué se ríe? Espero que usted no sea un gorila ¿No me ubica a mí? Soy quien mejor vocea los titulares de los diarios en todo Buenos Aires. Cuando el semáforo se pone en rojo subo a los colectivos y desde el estribo grito la mitad de una noticia. Los que la quieren completa compran el diario. Los chóferes me aguantan, yo les dejo un Crónica sobre la gaveta. De la barbaridad de gente que me conoce en el barrio, mucha pide entrega a domicilio. Mis hijos se encargan de todo durante el día, el turno noche no se lo doy a nadie por más que los inviernos vengan cada vez más crudos. Mi mujer me tejió un gorro de lana con franjas azules y amarillas. Soy el hombre más feliz del mundo cuando gana Boca, lo festejo en el estribo de cada colectivo desde ahí relato cada tanto xeneize gritando ta ta ta gol al estilo de Víctor Hugo Morales. Jamás voceo un gol de River. Por como anda empilchado usted puede ser hincha de los millonarios. A ver si resulta ser de River y encima gorila. No se ofenda… no me va a matar por eso. Desde que estoy acá voceé diez y siete copas internacionales más diez y seis locales. Si quiere le relato los goles de de la final que usted elija. ¿No? Bueno, veo que no le interesa mucho el fútbol, se salteó la sección de deportes para ir directo a la necrológica. A mi no me asusta la muerte. En la vida conseguí más de lo que esperaba y encima dejo bien parados a mis hijos con este negocio andando. Eso sí, no me gustaría irme sin saber si Boca vuelve de Japón con la Copa Intercontinental. ¿Y usted para qué quiere saber cuándo juega la final Boca?


La peluquera

Nunca vi a nadie que ponga semejante cara mientras le lavo el cabello con shampoo. Ni que fuera la primera vez en su vida que le masajean la cabeza. ¡Qué cabellos negros tiene! Permítame ponerle la pechera para que los pelos no caigan sobre su traje negro. Tiene una melena tan larga como si no se lo cortara desde hace siglos. Sí ríase, pero a una persona mayor le queda más prolijo el pelo corto. Le juro que no quise ofenderlo tratándolo de viejo. Es que me resulta difícil calcular la edad de cualquier persona, y a usted mucho más. ¿Se ríe otra vez? Toco su pelo y es joven. Se lo digo porque usted ya debería tener canas y no le veo ni una sola. Mi padre también tenía el pelo completamente negro hasta hace poco que le aparecieron las pocas canas que tiene. De él yo saqué el pelo y espero que nada más porque él no tiene corazón, es sin sentimientos. ¿Qué cosa tan grave me hizo, se preguntará usted? Me abandonó cuando tenía seis meses. ¿Le parece poco? Sí, eso es nada al lado de las cosas que me hizo después. No tuve la suerte de otras personas abandonadas que nunca más volvieron a ver a su padre. Cada vez que él estaba con el caballo cansado caía a casa. Mi mamá, la reina de los silencios, le servía comida y dormía con él hasta que se volvía a ir. Cuando me hice señorita venía más seguido. ¿Qué andaba buscando? De repente empezó a tener conmigo, por llamarlo de alguna forma, demostraciones de cariño que nunca antes había tenido. Un perro es mejor que él. Cuando le conté a mi mamá ella levantó la mano para pegarme una cachetada. Mi propia madre no me creía. Señor, no se por qué estoy diciendo estas cosas que nunca le conté a nadie. ¿A quién le importa, no? Pero hay algo que me dice que a usted sí le interesa. La puerta de calle era tan vieja como toda la pensión, crujía cada vez que se abría, yo me santiguaba rogando que no fuera mi padre quien el que estaba entrando. A veces venía con unos humos bárbaros, no se sabía que bicho le había picado. Le juro que me agarraba terror cuando entraba a la pieza. Esa parte de mi vida fue de lo más negra, y eso que la parte que le siguió no fue color de rosa. Lo único rosa que tuve por aquel entonces fue una ropita de lana que me regalaron para mi hija. La muerte se llevó a mi mamá cuando mi panza empezó a notarse. “Fue el corazón” dijeron los de la ambulancia cuando llegaron a la pensión y la encontraron muerta. Los médicos no sabían que fue por vergüenza. La muerte se llevó a mi madre cuando yo deseara que me buscara a mí. Ella murió como había vivido, en silencio. Después del entierro, mi padre desapareció. Dijo que se volvía al interior. Quedamos las dos solas, mi hija no tiene a nadie más que a mí. Después de muchos años, mi padre acaba de volver. Lo que son las vueltas de la vida. Alquiló una pieza aquí a la vuelta, al fondo de donde esta el almacén. ¿Por que se saca la pechera? ¿No le gusta como le corté? ¿Le surgió algo urgente?

Acerca de mí

Escribir es lo que mas me gusta