domingo, septiembre 11, 2005

Fort Lauderdale

En los veranos de la Florida, el sol no termina de aparecer si las nubes no se corren. Recién cuando eso sucede, el azul profundo del océano se vuelve celeste y se diferencia del cielo por las estrías púrpuras que delinean el horizonte. La brillantez de la luz temprana se refleja en la blancura de las gaviotas y en la espuma de las olas. Ambas, poco a poco, van recuperando lo que el día anterior les había pertenecido. Emerge un barco de carga que el sol pinta con un violento color naranja, casi fosforescente. Hace unos instantes, esa nave era invisible, escondida en la inmensidad nocuturna del océano. Junto con los colores, estallan las estridencias de los pájaros. Hasta hace un momento, dormían, hasta cuando el viento también era mudo.

En invierno, como hay menos lluvias escasean las nubes. Igual, el sol se demora en salir. El frío de la mañana todo lo aplaza. Los colores brillan menos. Las gaviotas apenas se acercan a la playa para buscar su alimento. Desconfían de quienes por allí caminan. Personas que bajan del norte para escapar del frío. Igual que los pájaros negros, los que revolotean los edificios más altos. Hombres y pájaros recorrieron la misma ruta, y aunque las aves lo ignoren llegaron al punto más medional del país. Los dos cambiaron nieve por arena.

Mr Jones es un jubilado que se despierta, como tantos otros, antes que la luz, y como los demás, corre a la playa para contemplar el amanecer. Pero, él tiene un propósito. Marcha detrás de un detector de metales. Cada silbido le indica que encontró algo. Él se arrodilla para levantar el objeto y verificar su valor. Los anillos son sus preferidos. El invierno trae más turistas que el verano y ellos vienen con anillos que pierden nadando. El amanecer los devuelve con la marea, y provoca la sonrisa de Mr. Jones. Una sonrisa mezquina.

1 comentario:

ivan_posilovic dijo...

Me llema la atención cómo cambió t u mirada. Es como si ahora vieras antes de pensar. Me gustó.

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