sábado, septiembre 24, 2005

Caja negra

Mr. Jones era un viudo que vivía en Fort Lauderdale. Después de haber trabajado durante treinta años, dejó su puesto de cajero de banco para jubilarse. Un mes más tarde, su mujer, murió sorpresivamente de un infarto. Ella había sido una eximia cocinera y siempre se encargó de de todas las tareas de la casa. Mr. Jones nunca necesitó saber sobre quehaceres hogareños, pero ante la nueva realidad, empezó a pensar en buscar ayuda.
Una mañana, mientras Mr. Jones revisaba con la lupa la piedra montado en un anillo de platino, uno de los muchos que integraba su apreciada colección, oyó golpes provenientes de la puerta de calle. Guardó la joya en una caja negra y bajó desde el ático dos pisos por escaleras con la agilidad que los años no le habían quitado. Se paró frente a la entrada y cuando estaba por girar el picaporte, se detuvo. A través del vidrio esmerilado se insinuaba una silueta con curvas que casi se tocaban en la mitad. La estrecha cintura entonaba bien con la amplitud de las caderas. Mr. Jones pasó sus dedos por la entrecana cabellera, abundante para su edad. Pensándose peinado, dibujó su mejor sonrisa para abrir la puerta. El ingente busto, asomándose por un generoso escote, atrajo su mirada haciéndola despeñar por las flores del vestido traslúcido contra de su instinto, sólo por recato al zó la vista hasta que tropezó con la vivacidad de un par pupilas. Debajo de esos ojos negros, una boca carnosa comenzaba a moverse.
- ¿Aquí necesitan ayuda? - preguntó la mujer en un inglés con acento caribeño.
- Sí, pase usted, por favor - respondió Mr. Jones mientras terminaba de abrir la puerta con con una mano, con la otra hizo un cortés ademán invitando a pasar a esta chica que le resultaba parecida a su esposa en la época que la había conocido, hacía cuarenta años.
- Mi nombre es Guadalupe, pero me dicen Lupe - se presentó mientras que con soltura in gresaba al living
- El mío es Jones - el hombre ensanchó aún más su s suonrisa de bienvenida.
Me gusta ver como algo sucio queda bien limpio - didjo mientras pasaba un dedo por una mesa polvorienta. Un gesto de reprobación le frunció los labios antes de agregar - Me gusta que se note mi trabajo. c Adoro ver gozar mi comida - Lupe se acercó a Mr. Jones contoneando su talle al trasluz de su vestido y susurró::L” - Conozco los secretos de los picantes, su debilidad.
- Sí, es cierto. Sucumbo ante la comida muy condimentada pero ¿cómo lo supo?
- Sus mejillas no se pusieron coloradas de un día para otro - contestó la mujer mientras su dedo índice apuntaba con desparpajo a la cara del hombre que la doblaba en edad.
-¿Cómo se enteró que estaba por tomar a alguien, si todavía no se lo dije a nadie? - quiso averiguar Mr. Jones.
- Las plantas descuidadas al frente de una casa tan linda están pidiendo auxilio mientras usted se decide.
- Es cierto. Pero, por favor siéntese – Mr. Jones le señaló el sillón de cuero negro del living. Se mantuvo de pie hasta que ella se sentó. Este trato no era el habitual para una aspirante a empleada doméstica, pero Lupe no era una mujer que se encontrara todos los días. Mr. Jones pensó que ella era merecedora del puesto, además de un trato especial (dijo lo primero, pero calló lo segundo).

Al amanecer, Mr. Jones se encontraba desvelado por la mujer que dormía en otro cuarto de la casa. Todavía se relamía de la sabrosísima cena. No había comido algo tan exquisito desde que murió su esposa. Sé levantó y subió al ático en busca de su colección de anillos. Al revisar las piedras con la lupa lograba poner la mente en blanco. Cierta torpeza, resultado del insomnio, le hizo tirar al piso la pesada caja negra. Se había arrodillado para levantarla, cuando vio a su lado un camisón blanco y sobre él la larga y negra cabellera de Lupe.
- ¿Mr Jones, Mr. Jones, está usted bien? - Lupe preguntó arrodillándose al lado de él.
Mr Jones la miró para contestarle que sí, que estaba bien, pero al verla de perfil enmudeció. Notó que el camisón tenía una abertura tan grande que de ella emergía un brazo y sobraba lugar para dejar a la vista un pecho Mr. Jones acercó su rostro al de ella y le dio un beso. Cuando sintió que Lupe le acariciaba la cabeza, él podría haberle dicho, sin exagerar que estaba bien que se sentía tan bien como si fuera joven otra vez. Pero, siguió en silencio porque tenía ocupada la boca y los pensamientos en el próximo paso. Le levantó el camisón a la altura de la cintura y ella alzó los brazos para que siguiera. Mr. Jones contempló la frescura de ese cuerpo mientras ella le desabotonaba el pijama. En el tercer botón, él la interrumpió. La ayudó a levantarse y la llevó hasta un diván que estaba al pie de la única ventana del ático. Recorrió esos pocos metros abrazándole la cintura desnuda. Lupe apoyó una mano sobre la espalda del pijama y la larga y negra cabellera sobre el hombro de Mr Jones. Él trató de disimular la alteración de su respiración, pero no pudo. Su pecho se hinchaba y deshinchaba con pausas cada vez más breves. Recordó haber tenido la misma sensación durante su noche de bodas. No bien la recostó suavemente sobre el diván y le dio otro beso, terminó de desabotonar el pijama y observándola más detenidamente se dijo: “la misma desnudez”. Después de ciertas lubricaciones y escarceos voluptuosos, Lupe lanzó un grito tan fuerte que se escuchó en la vecindad. Mr. Jones pensó “Como hace cuarenta años”.


A medida que Mr. Jones se entusiasmaba cada vez más con la juventud de esta mujer fue mostrándole sus secretos. A la muda pasión por la orfebrería que por años había retenido a Mr. Jones en el ático se le sumó la alborotadora excitación que le despertaban los encantos de Lupe. Ella preparaba comidas afrodisíacas para que este hombre mayor renovara su ímpetu cada noche en el diván del ático. Con los desenfrenados encontronazos, Mr. Jones dormía cada vez más profundamente, hasta que una mañana despertó sin Lupe ni la caja negra. Se sintió pobre.

1 comentario:

ivan_posilovic dijo...

Hay una película sencilla, honesta y deliciosa con mi querido Peter O'Toole, se llama Venus. Vale la pena. Ahora el Viagra ha privado a los viejos de la delicia de la pura sensualidad de acariciar un cuerpo joven con el fin de acariciar un cuerpo joven.

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