jueves, junio 04, 2009

Interés

Alfredo Bryce Menéndez, al volante de su 4x4, levantaba el polvo de la calle que partía por la mitad aquel pueblo fantasma, cuando de pronto el camino se bifurcó. Nadie le había avisado de esa contingencia cuando le explicaron cómo llegar a la estancia de los Barcarolo. Estacionó la camioneta frente a la única casa que no estaba completamente cerrada.

Por la puerta gris entreabierta se asomó el rostro inexpresivo de Don Lehr, sus ojos cansados apenas alcanzaron a distinguir la impecable campera de gamuza marrón y el pañuelo de seda que rodeaba el cuello del forastero.

Alfredo Bryce Menéndez, tras saludar amablemente, preguntó por los Barcarolo con el tono campechano que copió del padre y del abuelo.

Don Lehr, como si lo hubiera estado esperando, abrió la puerta del todo y dejó ver a su hija inválida.

Alfredo Bryce Menéndez, lejos de mostrarse sorprendido, halagó la compañía de Don Lehr en el pasillo. El cumplido desató el nudo que sujetaba la información acumulada por Don Lehr. En un segundo se despachó con que hacia poco la estancia había sido comprada por los Barcarolo con la plata que habían recibido or la venta de su cadena de supermercados. Alfredo Bryce Menéndez mostró su sonrisa medida ante el dato que ya conocía y reiteró su pedido de ayuda.

El viejo casi no respiró entre que dijo: “A la derecha” y contó que la única hija de los Barcarolo se estaba por casar. Alfredo Bryce Menéndez estaba por decir que el afortundado era su hijo cuando el ímpetu de Don Lehr adelantó otro comentario: “Pobre chico, no sabe qué mal carácter tiene su futura mujer”

Alfredo Bryce Menéndez saludó con la corrección de siempre y se dirigió a la camioneta convencido de que no iba a contar nada de lo que había oído.

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