En mi casa no había demasiada plata, menos para regalos. Por eso le daba tanta importancia a los libros que mi papá traía para mis cumpleaños. Él imaginaba que la lectura me apartaría de su destino de sastre. Cuando cumplí diez años recibí un libro de tapas duras. Era de la Colección Iridium que editaba Kapeluz. Quedé atrapado desde el primer capitulo, donde un caballero inglés apostó su fortuna a que podía dar la vuelta al mundo en 80 días. Me parecía una locura que alguien arriesgara todo lo que tenía, pero me gustaba el desafío. Junto al aristócrata y a su mayordomo conocí ciudades que nunca había escuchado nombrar. Avancé por las páginas alentando a los protagonistas para que llegaran a tiempo. En la India, aunque les rogué que no lo hicieran, perdieron horas preciosas para salvar a una chica. Los tres llegaron a Londres pensando que habían fracasado. Pero no era así. Habían ganado un día al viajar en sentido contrario a la rotación de la tierra. Recuerdo que compartí la felicidad de mis héroes cuando alcanzamos la meta, justo a tiempo y me quedé pensando que en la escuela no hubieran podido explicar mejor las diferencias horarias que Julio Verne.
Cuando alcancé a la adolescencia, el país estaba tan convulsionado como yo. El ideal de justicia llegó a mis manos en los libros que me dieron amigos de la universidad. Estas obras desafiaban a reflexionar, pero ninguno tanto como La Madre. Un compañero me regaló esta novela de Máximo Gorki. Recuerdo la austeridad de su tapa color verde musgo sin ilustraciones ni más palabras que el título y el nombre del autor. En las primeras páginas no encontré más que la desolación de la fábrica, del barrio que la rodeaba y del luto de la madre. Yo miraba a través de los ojos de ella a ese hijo, que leía, él leía libros sobre un nuevo orden, uno mas justo. La madre no sabía leer. El hijo había heredado el puesto de obrero, pero su conducta era opuesta a la de su padre, no era alcohólico ni golpeaba a su madre. Me impactó que esa mujer se asustara por el buen comportamiento de su hijo y por las reuniones que se empezaron a celebrar en su casa. Ella no entendía de qué hablaban, pero intuía un peligro. Me emocionó la razón por la que empezó a comprenderlo todo: el amor a su hijo. Cuando él cayó preso, la madre tomó su puesto de lucha. Me encantó descubrir que se puede tomar conciencia dejando de lado la racionalidad. Esta novela influyó en mi ideologia más que todos los ensayos que leí.
Un gobierno de los tantos surgidos por golpes militares prohibió hasta el pensamiento, adelantando el fin de mi adolescencia. Por aquellos tiempos comenzó a desaparecer la ilusión de un nuevo orden social. Era el final de una epoca, era triste. Algunos se defendían del abatimiento tratando de rescatar su pasado. Un compañero de trabajo iba y venía con "El Esclavo" de Isaac Bashevis Singer. Al notar que yo observaba su libro, me dijo: -Algunos tenemos a adonde volver - Cuando terminó de leerlo, me lo regaló. Reconocí en las primeras páginas una voz que me era familiar: la de mi tío Jemie. De chico, cuando yo todavía no conocía todo el abecedario, mi tío Jemie leía en voz alta los episodios de Singer que publicaba Die Presse. "El Esclavo" cuenta la historia de un hombre y una mujer unidos por el amor y separados por la religión. En la Polonia de aquella época estas transgresiones se pagaban con la vida, pero en este relato como en el resto de la obra de Singer, el amor supera a la muerte.
domingo, septiembre 11, 2005
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