Teresa disfrutaba del aroma de los almácigos mientras los regaba. De pronto el ruido corto y ahogado de una sirena anunció la lancha colectiva. Apoyó la regadera sobre la tierra y se enderezó. Mientras alzaba la mano para saludar se dio cuenta que la embarcación se estaba acercando a la amarra. “Qué raro”. Pensó: “Es un poco temprano para que llegue Roberto. ¿Quién otro podrá ser?” Bajó la mano que había quedado saludando en el aire a la altura de las cejas, a modo de visera. Pudo cubrir los rayos del sol, pero no sus reflejos en el agua de esa tarde estival. La lancha dejó de bambolearse para seguir su recorrido entre los sauces dejando una ola y un hombre de gran diámetro y baja estatura. Llevaba traje negro y paraguas negro. La tarde estaba repleta de olores de frutos maduros pero carecía de nubes que apagaran los destellos del sol. Teresa encogió el entrecejo para reconocer al recién llegado. Fue inútil, había dejado los anteojos dentro de la casa. Era coqueta. Sólo alcanzó a ver una silueta que subía los escalones del muelle. Los gorriones revelaron su existencia al escapar de las copas de los árboles, piando ante la inesperada presencia.
Esa silueta se acercaba lentamente con una mano apoyada en el tronco que hacía de baranda y la otra en el mango del paraguas que oficiaba de bastón. El hombre llegó al jardín abultando el abdomen y ensanchando la nariz en busca de aire. También se le dilataron las pupilas cuando quedó frente a Teresa.
Teresa reconoció el pelo azabache casi sin canas, con dos grandes entradas que le ensanchaban la frente y la mirada inteligente. “Pero él jamás se vestiría así” reflexionó para aplacar el nerviosismo que le produjo tanta semejanza. El visitante era idéntico a su primer marido, que llevaba diez años muerto.
- No te asustes que no te voy a hacer nada - expresó el hombre de negro, la voz gutural fue reconocida al instante por Teresa, pero mientras retrocedía, ella expresó:
- Menos mal que esto es un sueño del que voy a despertar - Teresa evadió la mano y sin mirar dio otro paso hacia atrás y tropezó con el tronco de un árbol. El hombre apuró su paso desigual y logró sostenerla. Con una mano detrás de la espalda de Teresa y la cara radiante le expresó:
- Casi te golpeás contra el pino que planté hace veinte años - dijo él bajando la severidad de su voz. Ella se tapó la boca y una de las mejillas con la mano mientras lo miraba fijo “¿Quién otro podría conocer este detalle?” se preguntó “Únicamente Carlos, mi primer marido” se contestó sola. Sus pensamientos se enmarañaron como las hiedras del jardín. “Aunque esto sea solo un sueño o apenas una alucinación, este hombre es Carlos”. Él dibujó con sus rasgos la sonrisa campechana de la época en que se habían conocido. Ensanchaba la boca, achicaba los ojos y se le marcaban las arrugas en las mejillas. Expresaba felicidad al verla. Teresa se sacó el delantal gris por arriba de la cabeza, lo enrolló y lo puso sobre una maceta con malvones. Luego, se acomodó la camisa blanca.
- Eras linda y sos linda - exclamó Carlos mientras confirmaba sus palabras sacudiendo la cabeza.
- Estoy vieja - dijo ella acomodando un mechón de cabellos canosos detrás de la oreja.
- Ninguna mujer sigue siendo la misma después de treinta años, salvo para el hombre que la quiere - Carlos revivió viejas galanterías de los primeros tiempos que también parecían muertas.
Ella sintió un impulso para acercarse y brindarle sus manos, pero la sirena de un barco la frenó. Elevó la mirada por encima de Carlos hacia la lancha que se aproximaba. “Roberto puede llegar de un momento a otro” pensó, pero dijo secamente:
- ¿Qué hacés acá?
- Vengo a llevarme a uno que me sigue los pasos. -El blanco rostro de Teresa empalideció. Sus párpados se desplomaron.
- Carlos entonces aclaró:
- No, no es a Roberto a quien vengo a buscar sino a uno que le está por pasar lo mismo que a mí, se va a quedar dormido manejando.
- Levantó el paraguas y lo hizo girar como un volante hasta que su boca lanzó un crash redondeando los labios y agregó, como si hubiera leído los pensamientos de ella: - No te preocupes Teresa, dejá de mirar las lanchas. El accidente va a retrasar a Roberto. No nos va a sorprender en nuestro jardín.
- No es más “nuestro” jardín, ahora es de Roberto y mío. Vos me abandonaste y eso fue antes del accidente
- Teresa se acercó a Carlos levantando las manos crispadas.
- No crucé tiempo y espacio para oír la misma tontería de siempre. - afirmó Carlos indignado, con la seguridad de los que están de vuelta, y apoyó las manos sobre el mango del paraguas a la manera de un Fred Astaire un poco más bajo y mucho más gordo.
- ¿Así que meterte con mi amiga no fue más que una tontería? - El filoso índice de Teresa cortaba el aire al ritmo de cada palabra masticada durante diez años.
- ¿Vos no te casaste enseguida con mi amigo Roberto? - increpó Carlos? Pero no pasó nada mientras estabas vos -
- Faltó coraje, no ganas - Carlos remató sus malabares con el paraguas con la risa desvergonzada de quien al perder todo no teme a nada.
- ¿Hay que felicitarlos por valientes, a vos y a ésa? - satirizó Teresa, y no bien terminó de formular la pregunta arrimó su nariz a un jazmín para aspirar su perfume como si nada pasara.
- Tu amiga, la que ahora llamás “ésa” se juntó con el marido que la siguió en seguida. Estoy esperando que vengas. - Carlos inclinó la cabeza a un costado para rechazar la cruz que Teresa había formando juntando los índices de ambas manos.
- Ojalá sea dentro de cien años - aclaró. – Cuando llegues vas a tener que elegir otra vez entre Roberto y yo.
- De donde sea que venís, traés la misma arrogancia de siempre - Teresa lanzó el reproche mientras se agachaba para alzar el delantal que había enrollado y acomodado sobre una maceta. Se lo puso y buscó la regadera.
- Sí. Traigo todo lo de siempre. El infierno va con uno, al cielo también- pontificó Carlos, para continuar con un tono más suave - Todo eso no importa. Al venir quebranté las reglas - Carlos señaló hacia arriba con la punta de madera del paraguas - Por favor, creeme - la voz de Carlos se suavizó como la mano que apoyó sobre el hombro de Teresa.
- Te creo, fuiste mejor padre que marido y no es un reproche - los ojos se le humedecían mientras miraba a Carlos con las pupilas dilatadas y la ternura expandiéndose en el jardín.
- ¿Algo sin reproche? Esto vale la eternidad - Carlos alzó la muñeca, miró su reloj y después de asentir con la cabeza, dijo: - Bajemos al muelle, vas a tener que esperar a que pase la lancha - propuso Teresa mientras miraba sin ver, río arriba.
Carlos le ofreció caminar del brazo y ella aceptó. Lo ayudó a bajar los escalones prescindiendo de la baranda y del bastón. Después de recorrer el largo muelle con olor a madera húmeda, llegaron al borde del agua. Allí, Carlos lanzó una carcajada y el paraguas al agua, que se abrió y quedó flotando como si fuera un casco con el palo como mástil. Parecía una gran cáscara de nuez negra, en la que apoyó una pierna y después con menos destreza la otra, la que le había quedado renga en su fatal accidente.
- Teresa, mirando boquiabierta como la empuñadura del paraguas se había convertido en timón, gritó:
- Te van ver los vecinos.
- ¿Quiénes? - Carlos, alejándose, adelantó la oreja con la mano - ¿Los que nunca me quisieron por arrogante? - indagó con su voz vuelta áspera nuevamente.
- Sí, los mismos - contestó ella gritando, mientras corría sobre las maderas resbaladizas siguiendo el recorrido del paraguas.
- Ah, entonces no te preocupes, a nosotros nos ven únicamente las personas que nos quieren para siempre. - A la guiñada de ojo, ella respondió llevando un dedo hasta sus labios y lanzando el beso al agua. Teresa suspiró.
sábado, septiembre 10, 2005
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