Silvia coloca suavemente un cigarrillo sobre sus labios mientras su marido le acerca la llama del encendedor. Tras aspirar una primera bocanada de humo, ella desliza una pregunta que emerge desgastada por repetida.
- ¿Deberíamos dejar de fumar, Eduardo, no te parece?
- Seguro, pero no vamos a arruinar nuestras vacaciones haciendo semejante esfuerzo. Mejor festejemos este lento atardecer con vista al mar - propone Eduardo mientras toma un cigarrillo del paquete de su mujer y lo prende con el encendedor que todavía no ha guardado.
Fumar es toda una ceremonia que se hace, las más de las veces, cuando hay algo para festejar o algo para ponerse nervioso - reflexiona Silvia mientras aleja el cigarrillo de su boca y sigue con la mirada el humo que se mezcla con el de su marido sobre mesa del bar.
- ¿Nervioso? No imagino quién puede ponerse nervioso en un paraíso como éste - ironiza Eduardo mientras redondea la boca para formar anillos de humo y, tras arrojarlos al aire, agrega - Disfrutemos de esta vista, el mar está tan tranquilo que lo único que es mueven son las olas. Además, acabamos de encontrarnos con Alejandro, al que no veíamos desde hace mucho tiempo.
- ¡Eduardo, Eduardo! - irrumpe Alejandro agitando una mano - La grúa está llevándose tu auto.
- Aquí en la playa, ¿también está la grúa?- pregunta Eduardo mientras se levanta de la silla y se dirige a las escaleras.
- Sí, y las multas son mucho más caras que en Buenos Aires.
Silvia y Alejandro cruzan miradas beligerantes, pero guardan silencio hasta que la cabeza de Eduardo termina de desvanecerse tras la pared que cubre las escaleras. Alejandro se sienta en la silla donde ha estado Eduardo. Silvia lo frena frunciendo el ceño y cargando con sarcasmo sus palabras:
- ¿Te invité a sentarte? Esa es la silla de Eduardo, en todo caso sentate en la otra.
- ¿Qué pasa? ¿Acaso, creés que fui yo quien llamó a la grúa? - responde él con otra pregunta que aumenta el nivel de sarcasmo en la atmósfera mientras se sienta en una silla que no era la de Eduardo.
- ¿No? A vos te creo capaz de todo - dijo la voz de Silvia temblando de bronca igual que su pulso, mientras saca un cigarrillo del paquete y lo enciende con la colilla del que se está por terminar.
- No, no fui yo - se defiende Alejandro en voz alta, la misma con la que agrega: - Porque no se me ocurrió. Pero lo hubiera hecho encantado, con tal de quedarme un minuto a solas con vos.
- La última vez que estuvimos a solas te diste vuelta y no te vi más - reprocha Silvia.
- Vos me pediste que me diera vuelta - protesta Alejandro
- Porque a vos se te había ocurrido venir a vivir a Fort Lauderdale mientras yo me quedaba sola. - Recrimina Silvia tratando de encender un cigarrillo, pero al darse cuenta que tiene otro encendido lo vuelve a poner en el paquete.
- Con tu marido - dice Alejandro señalando la silla vacía que Eduardo ha dejado al bajar de la terraza con la urgencia de quien acostumbra a dejar mal estacionado su auto.
- Nunca me pediste casamiento -
- Y como castigo no contestás mis mails y de pronto te aparecés por acá, pero con tu marido.
- No fue mi idea. Él quiso venir a visitarte – ahora es ella quien señala a la silla vacía con la vehemencia de quien quiere descargar una culpa que cree no tener.
- Yo trabajaba con vos, no con él - esgrime Alejandro en su defensa.
- Sí, pero vos fuiste tan sociable que te creyó su amigo - vuelve a atacar Silvia parodiándolo. Mueve la cabeza al estilo que lo hace Alejandro.
- Lo habré hecho para aliviar la culpa que sentía, - susurra Alejandro- no quería que se enterara de lo nuestro.
- Entonces, cambiá de tema porque ahí viene.
miércoles, noviembre 30, 2005
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