Los vimos descender de los barcos. Eran centauros con rostros pálidos y barbados. Un metal duro y plateado les acorazaba los torsos. Sus lanzas despedían fuego. Quemaron sus propias naves.
Eran los dioses de la Profecía. Venían a reclamar las tierras de Moctezuma. Hernán Cortéz guiaba las ambiciones de esos dioses.
A él le regalamos veinte esclavas, que distribuyó entre sus capitanes dioses. Se sorprendió al oír que una hablaba dos lenguas: la maya y la azteca. La llevó a su tienda. Mientras retozaban por las noches, le enseñó su lengua. Tuvieron un hijo al que llamaron Martín.
Malinche se enamoró de Cortéz, y ese amor le duró toda la vida. Los dos se volvieron inseparables. Ella acompañó a Cortéz en todas las campañas. Le indicó por donde tenía que subir a nuestra capital.
Malinche trajo a nuestras tierras el oficio de traductor. Qué hacía con un oficio como ese? Traducía a la lengua de su amo los mensajes que le mandábamos. Ella nos respondía por él en nuestro idioma. Malinche fue la boca de Hernan Cortéz. Su voz nos propuso los pactos que él no cumplió. Ella fue quien le contó cuales eran nuestras costumbres. Fue testigo tácita de como nos mataban. Fue fiel a su amor antes que a su raza. Traductor. Traidor.
http://cruzagramas.com.ar/2009/10/once-de-octubre-el-ultimo-dia-por.html
jueves, octubre 15, 2009
martes, octubre 13, 2009
Un "crimen de honor" conmociona a Suecia: Un iraní asesinó a su propia hija
ESTOCOLMO (ABC, de Madrid).- Suecia vuelve a vivir estos días conmocionada por un nuevo asesinato a sangre fría en nombre de Alá de una joven iraní que, desafiando la voluntad de su padre, decidió casarse con un hombre "impuro", es decir un joven que no era del gusto de aquél. Un nuevo "crimen de honor" como resultado de unas costumbres fanáticas.
EL CORAN 4:15 - Sura (capitulo) 4 Aleya (verso) 15
Llamad a cuatro testigos de vosotros contra aquéllas de vuestras mujeres que cometan deshonestidad. Si atestiguan, recluidlas en casa hasta que mueran o hasta que Alá les procure una salida. (Estos versos son literales de El Corán)
La joven pidió misericordia al cielo. El cielo respondió con un mortuorio silencio. El mismo silencio que en la penumbra del cuarto arrinconó a la madre. La madre, que sabía lo que iba a pasar, cubrió su vista con la palma de una mano. La sorpresa ahogó el grito de la adolescente. Lo último que registraron sus ojos incrédulos fue la mirada desorbitada del padre. El cuello de la niña fue rodeado por las manos que alguna vez la habían acariciado. El cuerpo no había terminado de temblar cuando el hombre gritó: Ala akbar (Dios es uno). El dolor arrancó un gemido de las entrañas que habían engendrado a la niña. El padre, aunque adoraba a su única hija, no la lloró. Si no le faltaron fuerzas en los brazos fue porque se sintió parte de la Jihad. “La Jihad es la Guerra Santa que debemos librar contra las tentaciones”. Con estas palabras, y sin resistirse, el hombre recibió a los policías suecos. No mostró arrepentimiento. Había sido desafiado por su propia sangre. Su única hija le negó una descendencia dentro de su propia fe. Ella se había enamorado de un sueco. Su deber era pasar de la tutela del padre a la de un marido que el padre le eligiera. El hombre partió en el asiento de atrás del patrullero, con un policía de cada lado. No se dio vuelta. Su mirada rígida revelaba la certeza de quien había cumplido con su deber: Había lavado la mancha a su honor con la sangre de su hija.
EL CORAN 4:15 - Sura (capitulo) 4 Aleya (verso) 15
Llamad a cuatro testigos de vosotros contra aquéllas de vuestras mujeres que cometan deshonestidad. Si atestiguan, recluidlas en casa hasta que mueran o hasta que Alá les procure una salida. (Estos versos son literales de El Corán)
La joven pidió misericordia al cielo. El cielo respondió con un mortuorio silencio. El mismo silencio que en la penumbra del cuarto arrinconó a la madre. La madre, que sabía lo que iba a pasar, cubrió su vista con la palma de una mano. La sorpresa ahogó el grito de la adolescente. Lo último que registraron sus ojos incrédulos fue la mirada desorbitada del padre. El cuello de la niña fue rodeado por las manos que alguna vez la habían acariciado. El cuerpo no había terminado de temblar cuando el hombre gritó: Ala akbar (Dios es uno). El dolor arrancó un gemido de las entrañas que habían engendrado a la niña. El padre, aunque adoraba a su única hija, no la lloró. Si no le faltaron fuerzas en los brazos fue porque se sintió parte de la Jihad. “La Jihad es la Guerra Santa que debemos librar contra las tentaciones”. Con estas palabras, y sin resistirse, el hombre recibió a los policías suecos. No mostró arrepentimiento. Había sido desafiado por su propia sangre. Su única hija le negó una descendencia dentro de su propia fe. Ella se había enamorado de un sueco. Su deber era pasar de la tutela del padre a la de un marido que el padre le eligiera. El hombre partió en el asiento de atrás del patrullero, con un policía de cada lado. No se dio vuelta. Su mirada rígida revelaba la certeza de quien había cumplido con su deber: Había lavado la mancha a su honor con la sangre de su hija.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Links
Acerca de mí
- Mario Farber
- Escribir es lo que mas me gusta